Hanna, Hanna y más Hanna. -HMR.

No es de las que se rinde, de las que paran a descansar. Tiene un ritmo de vida demasiado intenso. Está siempre en movimiento, con sus proyectos personales, que complementan los universitarios y los de la fraternidad. Tiene metas, demasiadas, quizás. Tiene demasiadas cosas que hacer, demasiadas promesas que cumplir, y el tiempo es limitado. Ése es su problema, que no tiene tiempo para todo lo que debe hacer cada día. Es una mujer ocupada y así vive feliz. No lleva agenda, tampoco la necesita. Tiene más tiempo libre del que cree. Del que ella puede creer. La mitad de su día se basa en bailar: mientras camina, duerme o come. Y cuando llega al gimnasio, después de un intenso día, tiene un orgasmo. El baile la complementa. Es su media naranja. No necesita nada más para ser feliz. No es una obsesión, es una parte de ella. Parar de bailar, de moverse sintiendo la música sería su fin. El deporte, el movimiento, esa es su mayor ocupación. Su día a día gira en torno al final: cuando está sola y disfruta sola. Con, o sin música. Bien o mal acompañada. No importa: es feliz, porque está en acción, viviendo, sintiendo. Su meta es llegar al final del día. La noche es su momento especial. Su gran momento, cuando es ella misma. Da igual lo que esté haciendo, si es de noche, puedes estar seguro de que jamás se arrepentirá.

Y no lo intentes, por favor, no intentes que se arrepienta de algo. Ha superado al menos la mitad de sus miedos, ahora es capaz de caminar con los ojos cerrados y dejarse llevar. Que nadie lo estropee. Nadie. Nadie debe intentar amargarla, hacerla llorar, que reaccione y se llene de ira. Eso sólo le traerá problemas, muchos. La única vía de escape de su energía es el baile. Y cuando no puede hacerlo, deja salir todo lo que lleva guardado de repente: la ira, el dolor, las lágrimas, los gritos y las risas exageradas. Se vuelve loca. Explota. Es una bomba. Tic, tac. Su felicidad es limitada, demasiado. Nunca tendrá miedo de protestar. ‘Vive tu vida, déjame vivir la mía’. Se ha superado a sí misma, ha dejado un montón de cosas para poder decir que ella misma es la dueña de su vida, que puede tomar decisiones inteligentes, que puede arreglárselas sola; en resumen: es independiente. No necesita a nadie, o eso cree. ¿Entonces, por qué está en una fraternidad y le gustan tanto las multitudes? Porque le gusta eso de ser parte de un equipo. Su infancia se basó en formar parte de un grupo, y esa es la única razón por la que está en las Sigma Nu. Para sentirse útil y segura. Pero eso último jamás lo reconocerá, es demasiado orgullosa.

Y los hombres, su perdición. Pronto los recibe y pronto los deja escapar. Se siente demasiado joven para atarse a una relación y de repente volverse amargada, con preocupaciones y celos, muchos celos. Jamás lo reconocerá por orgullo, pero es muy celosa. Demasiado, ella no se enamora, tan sólo se encapricha. Así es: no quiere nada pero lo quiere todo. Tan segura de sí misma que tiembla antes de una actuación o charla en público. Las multitudes la hacen arder por dentro. Sufre en su interior. Pero no te lo dirá. Sólo te mostrará su mejor sonrisa y se pondrá a bailar y gritar. A animar, capaz de contarte los peores chistes para alegrarte. Canta las mejores canciones, y llora mientras tanto. Se emociona fácil, es demasiado sensible. Está loca, no sabe si llorar o reír. Si prefiere el ruido o el silencio; el mar o la montaña; las risas a los llantos. Quiere lo que se merece, quiere cambiar las cosas. Compartir, ser buena persona. Le gusta dar abrazos y sobar. Cariñosa, extrovertida y divertida. Pero también aburrida en los días malos, demasiado sensible y algo mentirosa. Con ella, nunca podrás estar completamente seguro. Las cosas más extrañas, a ella le pasan. Caídas raras, malas contestaciones, situaciones curiosas o, simplemente, perder el único autobús hacia su pueblo. Parece que Murphy se quiere vengar de ella, de la suerte que ha tenido de salir de lo malo. Y lo consigue. La mala suerte siempre la ha acompañado, pero no pierde la sonrisa, las ganas de saltar.